Os presento una de las intervenciones más complicadas que he hecho en mi vida. El primer fallo es que al no estar en horario laboral y no tener respaldo institucional, no debería haberla hecho, pero... no podía dejarlo pasar.
21.00h, acabo de llegar a casa después de un duro día. De repente se oyen unos golpes muy fuertes y gritos, nadie acude y puede que pase algo grave o que alguien esté en peligro,
así que salgo a ver qué ocurre con mi compañera de piso, Laura.
En el piso
de arriba hay un hombre gritando y dando patadas a la puerta de mi vecino. La puerta blindada se mueve con los golpes. El hombre se muestra nervioso, posición
corporal rígida, grita a la puerta y exclama cosas como “¡te veo, se
que estás detrás de la puerta, abre!” o “¡te voy a matar, cabrón!”, por lo que
puedo decir que su nivel de agresividad es muy alto. En ningún momento dirige
la mirada hacia nosotras, lo que me hace pensar que está cegado por la ira y no
se ha percatado de que estamos ahí o está obcecado con conseguir su fin.
Creo que
debemos mantener una distancia de seguridad pero también llamar la atención del
hombre de algún modo para reducir las posibilidades de que nos vea como amenaza
y cargue contra nosotras su cólera. Tengo el
corazón acelerado pero debo centrarme para hacer que el hombre
se clame. Laura está pálida, se marea y se va a casa a llamar a la policía. Me quedo a unos 7 o 10 escalones de
distancia observando, no quiero invadir su espacio. Alguien debe
frenar al hombre y no hay nadie más, así que, sin pensar en cómo lo haré ni
en los peligros, comienzo a pensar en cómo llamar su atención.
Soy consciente
de que no va a escuchar nada de lo que le diga en un primer momento, así que le
digo que hay niños en el edificio mientras muevo lento las manos a la altura de
la cintura haciendo un gesto como de “calma”(levantándolas más sería podría
provocar el efecto contrario). El hombre me mira, he conseguido llamar su
atención. Moviéndome siempre lento y con un tono de voz no muy alto pero firme
subo un escalón y le pregunto si está bien, y qué ocurre. El hombre,
haciendo grandes gestos con los brazos y con un tono de voz más bajo que cuando
hablaba a la puerta (aunque seguía siendo elevado) me dice frases sueltas de lo
ocurrido “que este cabrón le ha pegao’ el SIDA a mi mujer”, “que dice que me
voy a quedar sin hijo”. El que module el tono de voz me hace pensar que pese a
todo es capaz de tener un mínimo control sobre sí mismo, aunque mientras me va
diciendo frases su tono de voz se eleva poco a poco y desemboca en un golpe más
a la puerta. Vuelvo a intervenir y utilizo la excusa de los niños para volver a
retomar con él el contacto. El hombre continúa explicándome lo sucedido
volviendo a ir aumentando gradualmente la agresividad de la misma forma que la
vez anterior y yo repito mi actuación anterior. Ésta vez me he
percatado de que su agresividad aumentaba cuando miraba la puerta, así que,
acercándome un poco más, le propongo bajar a la calle y hablar allí, ya que si le separo del punto que le provoca esa ansiedad e
ira, el hombre retomará su control. Él acepta, lo que me indica que está
abierto a la interacción y yo me empiezo a sentir más tranquila.
El hombre baja hasta donde yo estoy
mirando a la puerta mientras desciende. Desprende olor a alcohol y
los vasos sanguíneos de la zona de la
cara y cuello están muy coagulados, sin embargo, carece de temblores y lo que
dice tiene coherencia, por lo que deduzco que puede tener una conducta o trastorno adictivo de alcohol y que no
tiembla porque ha consumido (de ahí al olor que desprende) aunque no en grandes
cantidades, puesto que es capaz de mantener de forma adecuada una conversación.
Mientras
bajamos por la escalera hacia la puerta, y para evitar que su mente pueda
seguir pensando en su objetivo y que se está yendo, le
invito a que siga contándome lo ocurrido. ¡FALLO MIO! Precisamente con eso consigo lo contrario, ya que la puerta seguía viéndose desde el punto en el
que estábamos y mientras me cuenta el suceso dirige la mirada a la
puerta aumentando de nuevo su agresividad y queriendo volver a subir. Consigo frenar el impulso retomando la idea de hablar conmigo y
condicionándole a que si quería hacerlo tendría que ser en la
calle “porque los vecinos no tenían por qué enterarse de nada” (no sé si
condicionarlo era lo más acertado en este momento, arriesgué al 50% ya que desde el primer momento había estado
abierto a la comunicación en mayor o menor medida, y ahora no tenía por qué ser
menos). El hombre asiente con la cabeza y continúa descendiendo mientras retoma
la conversación anterior donde me contaba lo ocurrido pero esta vez hablando
lento y teniendo una posición corporal muy rígida, lo que me indica que le
está costando controlarse. Corto esa conversación (para rebajar la tensión) y pruebo a tener un contacto físico cogiéndole el hombro mientras
le digo que cuando salgamos a la calle nos sentamos en un lugar tranquilo y me
lo cuenta. Él responde bien al contacto, su cuerpo pierde la rigidez. (He escogido ese momento para el contacto físico porque el hombre estaba intentando controlarse y he visto que le estaba costando mucho y sin embargo lo
seguía intentando, le he cogido para decirle “no tengo miedo,
tómate tu tiempo, te voy a escuchar”.)
Le
pregunto su nombre, dice que prefiere no decírmelo, esto me demuestra que
todavía no se ha creado ese clima de confianza. Yo le digo que no tiene
importancia y salimos a la calle. Todavía está nervioso y lo expresa con
movimientos rápidos. Mira hacia arriba y está el vecino del 4º
asomado. El hombre vuelve a descontrolarse. Me pilla
completamente desprevenida, por un momento pienso que después de toda la
tensión pasada va a acabar atacándole, se me ha descontrolado la situación.
Corto el contacto visual con el vecino y le invito a venirse conmigo, él me mira y mira a mi vecino,
lo que me hace pensar que duda en qué hacer y yo me arriesgo recurriendo al
contacto físico de nuevo. Le miro fijamente y le cojo los hombros. Él se queda
callado y empieza a andar. (Con el contacto físico he provocado que salga del
“trance” de ira en el que había entrado de nuevo al ver al chico del 4º, pero me he arriesgado mucho, podría haberme agredido a mi.)
Vamos a un
portal y nos sentamos. Estoy tranquila y creo que él lo nota. Poco a poco me dice su nombre, me cuenta su
situación de consumo y social actual, tiene una actitud completamente relajada,
me cuenta lo ocurrido con el vecino del 4º, me cuenta problemas que tiene con
su consumo de drogas y alcohol, con su hijo, con su mujer, me cuenta sobre su
pasado, me pregunta sobre sus dudas sobre el VIH, temas judiciales, y de su temor al futuro. He creado un vínculo profesional de confianza puro y
no sé ni cómo lo he hecho :P cuando me he querido dar cuenta había sido empática,
autentica, no había juzgado en ningún momento y aunque me ha costado controlar la situación en
ciertos momentos, creo que se ha sentido escuchado, arropado, tranquilo y
comprendido. Me ha dado la impresión que estaba muy abrumado y necesitaba ese
espacio para él, donde sentirse protagonista y receptor de la ayuda. Yo, por
mi parte, me siento cansada (tanto física como mentalmente) después de llevar a
cabo esta intervención que han sido más de dos horas y media de tensión y atención
máxima.
Le he invitado a venir al centro porque cumple el perfil, está muy abierto a la ayuda y
creo que podemos responderle bien. También le he recomendado ir al CIPS para tratar el tema del VIH. En cuanto al ámbito judicial, le he explicado (en
base a mis conocimientos) las posibilidades que tenía para lograr que le
dejasen volver a ver a su hijo y cómo hacer que esa la probabilidad aumente.
He de decir, que dos días más tarde vino al centro y aceptó la proposición de formar parte de él. También ha ido con su mujer a hacerse las pruebas del VIH,
han dado negativas en ambos casos. Hoy por hoy, tiene trabajo, está abstinente y me encanta verle por la calle tan feliz.
Es el primer post que leo de este blog y realmente me ha impresionado, poder actuar así en una situación tan dificil y lograr solucionarla de una forma tan positiva debio ser una gran experiencia.
ResponderEliminarsi, ha sido el mayor descargue de adrenalina de mi vida, y ademas de verdad, no como simple expresión. es uno de los casos de los que más orgullosa me siento y de los más complicados (aunque todos suelen tener su particular complicación) y no se, quería compartirlo con vosotros ;)
ResponderEliminarEnhorabuena Diana, creo que serás una gran proesional, se nota que te encanta tu trabajo, tu dedicación va más allá. ERES TRABAJADORA SOCIAL.
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